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abr 6, 2022
Resumen
La literatura veterotestamentaria considera la riqueza como una bendición
asociada a la posesión de la tierra prometida a los patriarcas y ocupada después de
la muerte de Moisés. Pero no todos son ricos en el mundo de la Biblia: la Torah da
por sentada la convivencia de ricos y pobres y prohíbe la usura, la parcialidad y la
opresión. Los libros proféticos advierten que la infidelidad a Dios llevaría a la nación
completa a la pérdida de la tierra prometida y consecuentemente de su libertad,
es decir, a la indeseada pobreza. En los libros poéticos y sapienciales vemos que,
aunque la riqueza se entiende como bendición, la pobreza no es necesariamente una
maldición, puesto que Dios se preocupa por los pobres.
El Nuevo Testamento muestra cómo el Cristo de los Evangelios ama a los pobres
y se ocupa de su salud y sustento, aunque también dedica tiempo al influyente
Nicodemo, a un joven rico y a mujeres nobles. La tumba en la que fue enterrado
pertenecía a un miembro del Concilio.
Este diálogo de Jesús con los pobres y los ricos trasciende los cuatro Evangelios
canónicos.
El capítulo 2 de Hechos relata que los creyentes «tenían todas las cosas en común»
y quienes poseían propiedades las vendían para distribuir entre los necesitados.
La multiplicación del número de fieles trajo consigo dificultades en la
administración de los recursos comunitarios, solucionadas parcialmente con el
nombramiento de diáconos. En el presente trabajo me propongo analizar a partir del relato bíblico el contexto
de la comunidad de bienes en la protoiglesia cristiana de Jerusalén e indagar
si la administración comunitaria se extendió -y en tal caso, en qué medida- a las
congregaciones fundadas por Pablo de Tarso.