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may 9, 2017
Resumen
«¿Para qué escribir Historia si no se lo hace para ayudar a nuestros contemporáneos a confiar en el porvenir y a encarar mejor armados las dificultades que encuentran día a día?», es la pregunta que nos ha dejado como herencia el recientemente fallecido historiador francés Georges Dubyl. Y, probablemente, esta interrogante esté permanentemente rondando por las salas de clases y en la mente de quienes enseñan y quienes aprenden historia, más aún cuando la práctica educativa de la asignatura parece estar sometida a la demanda que se formula desde los nuevos paradigmas culturales, que enfatizan los cambios y las miradas hacia el futuro, plantean miradas globalizadoras, haciendo del pasado un territorio dudoso y del entorno propio una guarida cada vez menos propicia. En esta encrucijada de permanente cambio entre el presente y el futuro, el estatuto de legitimidad de la enseñanza de la historia se fundaría, si quisiéramos entregar una primera respuesta, en ser un ejercicio explicativo del presente a la luz de sus raíces en el ayer. Sin embargo, establecer al «presentismo» como principal concepto fundante para la enseñanza de la historia en la escuela podría conducir hacia la «balcanización» de la disciplina, a su paulatina disolución en el área de las ciencias sociales, como lo demuestran las experiencias sucedidas en países como Estados Unidos o Alemania, en los cuales como reacción se está volviendo a considerar a la historia como una disciplina con virtualidades explicativas más poderosas que las de una simple clave de comprensión del presente^. En estricto sentido, en algunos procesos de reformas educativas se ha debilitado el perfil de la historia como asignatura, asumiendo como guías el «presentismo» y las miradas científico- utilitaristas como criterios curriculares, y, por lo tanto, insertándola en áreas de conocimiento con denominaciones tales como «estudios sociales» o, en el caso del actual proceso chileno, que, imaginamos, ha tomado en cuenta las experiencias mencionadas, se le ha llamado «estudio y comprensión de la sociedad»^. Cabe preguntarse, pues, cuál es el fundamento para afirmar que la historia deba seguir siendo enseñada en la escuela y para descubrir su relevancia en la formación de las próximas generaciones. Las ideas que se plantean a continuación son una simple y provisoria provocación para tener en vista estas inquietudes.
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