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oct 12, 2017
Resumen
Quién no ha escuchado decir, en contextos distintos y con propósitos diferentes, que “el profesor es la clave diferenciadora en una escuela”... y es que ¿cabe alguna duda? Pareciera ser que no hay lugar a dudas tanto sobre la legitimidad como sobre la verdad de esta afirmación que, fundamentada en “experiencias de vida”, la constituyen una opinión que identifica la esencia de ser profesor aún en el siglo XXI. No obstante, ¿qué “experiencias de vida” son aquellas que otorgan un status diferenciador del profesor que resaltan su figura por sobre la de otros actores que constituyen la escuela? Para responder esta pregunta, es posible afirmar que dichas “experiencias de vida” se inscriben, al menos, en dos contextos distintos que, sin embargo, forman una unidad conocida como escuela: la sala de clases y la comunidad educativa. En estos contextos, el profesor “se juega” no solo como enseñante de saberes formalizados para los aprendizajes sino también como sujeto moral cuyas interacciones son reflejo de su compromiso con su profesión docente pero ¿qué “se juega” el profesor
en/con estas interacciones? Acaso, ¿la “herencia” (si la hay) de la profesión docente?, ¿los desafíos de un profesor del Siglo XXI?, ¿la ética (mínima) de todo profesor? Estas preguntas, y algunas más, pretenden ser respondidas mediante una reflexión que oriente hacia una ética mínima (si es posible) de
la profesión docente del Siglo XXI en Latinoamérica.